internacionales , noticias , politica , Tierra Uno Sábado, 26 noviembre 2016

Fidel Castro, otro dictador muerto

Foto: El País

Foto: El País

Murió Fidel Castro, de manera tranquila y sin pagar por sus crímenes, como Pinochet en Chile.

Pasó sus días finales mimado por grandes comodidades en un país al que resignó a la escasez, asegurándose de legar el poder a un pariente, como lo hicieron el padre y el abuelo de Kim Jong Un en Corea del Norte.

Comenzó como un héroe para su pueblo, para transformarse en su monstruo opresor, tras más de 4 décadas de controlar férreamente las riendas del poder, como Gadafi en Libia.

A pesar de ser dictador por décadas, de ser responsable de numerosas muertes, de silenciar a las voces opuestas y de legar un país muy diferente al paraíso que prometió hace más de medio siglo, Fidel Castro será motivo de numerosos homenajes de cierta parte de la clase intelectual y artística, afortunadamente más reducida que hace unas décadas.

¿Por qué?

Fidel Castro tuvo una vida interesantísima, fascinante y llena de acción. Fue un personaje lleno de carisma e inteligencia, con numerosas cualidades y que sobrellevó a grandes adversarios (en su caso, los EEUU). Su relevancia histórica es formidable, no solo a nivel latinoamericano sino mundial. Pero, otra vez,  eso no lo distingue de numerosos dictadores del siglo XX, carismáticos, llenos de anécdotas, cualidades, némesis de leyenda y, a la vez, personajes condenables e infames.

Para quienes crecieron en la década de los 50s, 60s y 70s, quizá sea difícil despegar el recuerdo sobre Castro del de años juveniles, impetuosos y más vitales. La revolución socialista en Latinoamérica no había sido intentada y, a pesar de los ya comprobados crímenes del régimen soviético en aquel entonces, todavía existían razones para creer que la dictadura del proletariado podía hacer florecer algo bonito en la región. Lo que nunca pasó.

Imagen vía: biografiasyvidas.com

Imagen vía: biografiasyvidas.com

Algunos se desengañaron por el peso de la evidencia. Otros siguieron creyendo que el socialismo era algo que valía la pena como para darle chance a más autocracias, y considerar una cantidad indeterminada de violencia, muertes y represión como elementos a tolerar para llegar al paraíso prometido. Con esta generación cabe entenderlos un poco: a cierta edad es muy difícil cambiar las ideas, sobre todo si se vivió una época tan llena de ilusiones de cambio en un momento de la vida donde los recuerdos se impregnan con fuerza.

Para las personas que eran adolescentes con la Caída del Muro, o para la generación más reciente de “millennials” que admiran a Fidel Castro o que sentirán mucho su muerte, el juicio es distinto. Teniendo al alcance pruebas históricas de numerosos proyectos fallidos como el de Castro, y la historia misma de la isla y su aún ininterrumpido “proceso socialista” solo caben dos alternativas: si no son partidarios de las autocracias (de la naturaleza que fuera), son partidarios de la democracia en una confusión horrenda, de esos que les encantan a los partidarios de las autocracias.

Nunca está de más recordar que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.

Fidel Castro, quien ejerció poder absoluto por 48 años, fue una prueba más de este principio.

Andrés Paredes

Relaciones Internacionales y otros conteos regresivos